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Fragilidad y tiranía (humana) en tiempos de pandemia

Gustavo Yañez González

27/03/2020

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Si intentamos el siempre complejo y finito ejercicio de hacer memoria, ¿es posible hallar otro acontecimiento contemporáneo que sea comparable con la espectacularidad del COVID-19?; atentado en wall street, tsunami en sudeste asiático, gripe aviária, vacas locas, etc. Nada se le iguala. Hiperconectividad, globalización hiperbólica... claro que sí. Pero, en el fondo de la superficie del asunto, el acertijo del espectáculo tal vez lo encontremos en que el virus nos hace recordar, sin que lo queramos, dos rasgos comunes a todos los seres humanos, nuestra animalidad constituyente y nuestra fragilidad inmunológica ante lo desconocido. El virus no discrimina, señala Butler. Invade organismos más o menos precarizados, más o menos agobiados, infectando a abusadores, oficinistas, educadoras, asesinos, ladrones, activistas, médicos, ministros de gobiernos, abogadas, etc., es decir, vidas (biológicas) humanas. La pandemia impone el ejercicio de una hospitalidad sin restricción hacia un huésped que no deseamos, al mismo tiempo que nos recuerda un parentesco común, que, ojo, no se traduce necesariamente en una comunidad dada, puesto que podemos enfermarnos con una intensidad similar, pero no sanar ni morirnos. Sobre todo en Chile, con un débil –neoliberal– sistema de salud pública y un desigual acceso al sistema privado, sobre todo en Chile dado que los primeros en portar, diseminar el microbio y no respetar las medidas de cuarentena, han sido las personas provenientes de las clases más adineradas –indolentes.

 

La fragilidad biológica actualiza también una de orden ontológica. Cuántos comienzos y proyectos suspendidos, viajes cancelados, porvenires sacrificados. El virus sabotea el imaginario del cálculo y control del sí-mismo. La soberanía sobre el tiempo ha sido maniatada sin más. No somos sujetos sobre un predicado maleable, sino más bien puro devenir-frágil en un mundo que no controlamos. Astillado queda también el imaginario del ser para la muerte (Heidegger) en cuanto que una molécula microscópica podría matarnos en una sala de cuidados intensivos lejos de una íntima despedida, lejos del modo en cómo quisiéramos morir.

 

Lo anterior explica que la fragilidad (inmunológica/ontológica) sea la condición y causa de los contenidos de nuestros afectos actuales: miedo, aburrimiento, soledad, incredulidad, etc. Hemos sido invadidos en nuestra cotidianidad, porque debemos, quienes tenemos ese privilegio en los países con estados subsidiarios, permanecer en casa. Una degeneración de las relaciones entre los seres humanos, diría Agamben, ya que el estado de excepción biopolítico instala la restricción de libertades, y peor aún, produce apatía y medo al otro/a, ya que cualquiera es un potencial portador del virus. Un daño, irreparable en el peor de los casos, a nuestra capacidad afectiva hacia el prójimo. Posiblemente, siguiendo a Agamben, teniendo como pretexto el resguardo de la vida, corremos el riesgo de que los dispositivos policiales implementados en la cuarentena sean sedimentados y las relaciones sociales se vean afectadas por una importante desafección. Aunque en el caso particular de Chile, dada la catastrófica gestión de la pandemia por parte del gobierno, la revuelta popular iniciada el 18 de octubre de 2019 espera a ser revitalizada en pos de una nueva constitución política y hacia una nueva forma de vivir.

 

Necesario, entonces, avizorar, medir, evitar y prepararnos a sortear los efectos negativos del biopoder en tiempos de crisis sanitaria. Sin embargo, otra fragilidad, esta vez de la mirada, queda inscrita en la imposibilidad afectiva de ver a otras víctimas del poder sobre lo biológico más allá de nuestros semblantes condenados, transitoriamente, al encierro y a la suspensión del encuentro y fricción con otras intensidades, cuando son miles de millones, billones, los demás animales que son confinados a diario en jaulas y galpones, acuáticos y terrestres, separados, alienados, de una vez y para siempre, de sus miembros, fluidos y crías, con el fin de apropiarnos de sus cuerpos/vidas y así satisfacer uno que otro deseo, una que otra voracidad del mercadeo capitalista global.

 

Por tanto, la investigación biopolítica, demasiado humana todavía, urge amplificarla más allá de los límites de la siempre peligrosa animalización de los seres humanos, de la desnudez de los cuerpos humanos, de la usurpación de su vida política, ya que la denominada agroindustria –démosle un nombre más fenomenológico, explotación animal–, convierte a instalaciones como granjas, zoológicos, bioterios, criaderos y mataderos en los campos de concentración contemporáneos por antonomasia, donde todo es posible, en el sentido ominoso de la palabra, y más allá de un totalitarismo voraz, en la medida que, por estos días asistimos a una modulación que escapa a la biopolítica arquetípica toda vez que las propias comunidades administran colectivamente la salud del cuerpo social cuando los gobiernos sólo se limitan a gestionar la muerte. Dicha prolongación espera a ser activada, aguarda a su pavorosa legitimación cuando, quizá, hayamos convenido que la génesis del virus constituye una expresión más de nuestra tiránica relación con la extranjeridad radical que son los otros animales, con la tanatopolítica hecha norma sobre los cuerpos valorizados entanto que mercancías absolutas.

 

Provisoriamente, en medio de la crueldad que es la pandemia, podemos concluir que, no será tiempo, para que haya algún tiempo posible, pregunto, de un porvenir posible, de virar radicalmente el sentido de cómo consideramos a los demás animales y como correlato averiemos estructuralmente el capitalismo? ¿No será tiempo, para que haya algún tiempo posible, de la invención de otras relaciones con lo vivo, las cuales agujereen la crisis ecobiológica desatada?

Ficción de la razón https://ficciondelarazon.org/2020/03/27/gustavo-yanez-gonzalez-fragilidad-y-tirania-humana-en-tiempos-de-pandemia/#more-5673

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